mayo 30, 2015

La ciudad como espacio físico y mental, por Beatriz Gimeno

Anticapitalistas En realidad, se trata de borrar cualquier rastro de democracia y de participación allí donde esto se puede hacer sin llamar tanto la atención, porque en la medida en que nos acostumbremos a ser realquilados y no dueños solidarios de nuestros espacios más próximos, aquellos que más determinan nuestras vidas, nos sentiremos más indefensos, más sumisos, más inermes ante el poder; porque la manera en que se configuran las ciudades contribuye a configurar también nuestro marco mental. Las ciudades pueden ser espacios de cooperación o de individualismo; pueden ser espacios democráticos o autoritarios; en las ciudades puede decidir la gente o los bancos; pueden desarrollarse pensando en el bien común o en el bien de unos pocos; pueden crecer y cambiar para mejorar las vidas de sus habitantes o servir sólo para la especulación.
Por Beatriz Gimeno. Escritora y activista 28/3/2015
http://blogs.publico.es/econonuestra/2015/03/28/la-ciudad-como-espacio-fisico-y-mental/

Trabajo en el centro de Madrid y veo cambiar el paisaje urbano de un día para otro. Los antiguos comercios, tan antiguos como para ser centenarios, están cerrando y en su lugar los locales han sido ocupados por franquicias de ropa, de comida y por tiendas de souvenirs que son un monumento al feísmo. Siempre que veo abrir una nueva tienda de Zara me pregunto cuántas tiendas de Zara es capaz de absorber una ciudad y, en definitiva, una población. Y la respuesta es que muchas, porque las franquicias que se lo comen todo, no son sólo tiendas, son una manera de construir la vida que quieren para nosotros/as; son una buena manera de privatizar las ciudades, de destrozar el paisaje urbano, de estrechar las mentes, la imaginación, de levantar a nuestro alrededor murallas que nos impidan pensar y habitar otros espacios.
En enero entró en vigor la ley que ponía los alquileres de la mayoría de los comercios tradicionales a precio de mercado, a precio de especulación por tanto. Y eso ha hecho que muchos de ellos se vean condenados al cierre. En la calle Postas, en las calles aledañas a la Plaza Mayor y en la propia Plaza, eso ya ha comenzado a ocurrir y las tiendas de sombreros, de telas, de alpargatas, los ultramarinos…van dejando sus locales a la enésima franquicia de ropa de helados o de comida rápida; todas iguales, todas vendiendo lo mismo aquí que en Moscú, con la misma decoración aquí que en Pekín. La uniformidad es siempre la marca de cualquier multinacional que se precie. Que una calle de Madrid sea indistinguible de una calle de Praga es, para quienes gobiernan nuestras vidas y quieren hacer lo mismo con nuestras mentes, un valor.
Estas calles a las que ahora he vuelto para trabajar, son también las calles de mi infancia: Toledo, Postas, la Plaza Mayor, las calles Mayor y Arenal, Sol y por tanto el paisaje de mi memoria y de la memoria de muchos madrileños. Arrasan con las ciudades y también con nuestra memoria. Y es el neoliberalismo, sí, naturalmente. Un sistema económico al que el poder político le ha entregado el territorio, el paisaje, nuestras calles, para que las haga suyas. Las calles ahora son de quienes puedan pagarlas, y no hay ningún límite a ese poder. Aquí, si se paga, hay barra libre para la destrucción de lo que sea: cines, teatros, monumentos, paisajes, modos de vida, pequeños negocios familiares… Es el neoliberalismo, naturalmente, pero no sólo. Es este país inculto y son estos políticos hijos e hijas de esa incultura, de esa burrez, de este neofranquismo también. Porque neoliberales son los demás países europeos y el nivel de destrozo de nuestras ciudades sólo se da en aquellos que padecieron dictaduras. Neoliberal es Francia o Alemania y, sin embargo, es posible encontrar el mismo París, el mismo Berlín (no digamos ya las ciudades pequeñas) de hace 50 o 100 años.
Destruir los hábitats ciudadanos donde la gente habita, venderlo a las empresas, es una cuestión que nuestros políticos se toman muy en serio. Impedir que crezcan espacios comunitarios en donde puedan pensarse otras formas de vida, es prioritario para ellos; ocluir cualquier paisaje abierto con los anuncios de las marcas comerciales, convertir cualquier espacio habitable en un gran almacén…todo eso es importante para la racionalidad que pretenden imponernos. Convertir nuestras ciudades en lugares sólo habitables para las marcas significa arrasar la cultura, la memoria, la belleza, el sosiego, la capacidad de mirar o de sentirse parte de un lugar, y cambiarlo por el consumo sin más. Significa destruir la diversidad, significa uniformar, significa arrasar lo delicado, lo diferente, lo intangible y, sobre todo, lo que no tiene precio. El interés de esta gentuza inculta que nos gobierna es uniformar cualquier paisaje que abarque la vista para así uniformar experiencias, sentimientos, subjetividades…y conseguir que nos convirtamos en consumidores acríticos, en compradores domingueros de centros comerciales antes que paseantes de calles o de parques.
Nada de lo que ocurre en nuestras ciudades es un mal divino, ni una ley natural. Haber convertido la Gran Vía en un inmenso centro comercial no es inocente; como no lo es cerrar los cines para poner tiendas, o restaurar estaciones de tren para poner más tiendas, o desahuciar a la gente para hacer hoteles o entregar las aceras a los empresarios para que pongan sillas y mesas hasta impedir el paseo. Se trata de un desalojo masivo del patrimonio urbano, cultural y humano de las ciudades para entregarlo todo al saqueo por una parte, y para configurar también una realidad que permita que las marcas comerciales se introduzcan en los más recónditos espacios del paisaje urbano, pero también del pensamiento. Se trata de que nuestro ocio sea el consumo, de que paseemos entre marcas, de que cualquier actividad que realicemos sea negocio para alguien; de que no quede un resquicio para el ocio o el esparcimiento que no se pueda comprar. Se trata de que las empresas ocupen cualquier espacio físico posible y que ocupen así también nuestras vidas. Se trata de aculturizar a la gente, de que no existan los espacios colectivos, de que los vecinos y las vecinas sean visitantes en sus propios barrios, que se acostumbren a que no pueden opinar sobre lo que concierna a su ciudad, a su barrio o a su calle; se trata de que no haya espacios cooperativos ni comunes ni nada que no sea mercantilizable. Se trata de convertirnos en eternos realquilados de una ciudad para ricos, hostil y fea para la inmensa mayoría.
En realidad, se trata de borrar cualquier rastro de democracia y de participación allí donde esto se puede hacer sin llamar tanto la atención, porque en la medida en que nos acostumbremos a ser realquilados y no dueños solidarios de nuestros espacios más próximos, aquellos que más determinan nuestras vidas, nos sentiremos más indefensos, más sumisos, más inermes ante el poder; porque la manera en que se configuran las ciudades contribuye a configurar también nuestro marco mental. Las ciudades pueden ser espacios de cooperación o de individualismo; pueden ser espacios democráticos o autoritarios; en las ciudades puede decidir la gente o los bancos; pueden desarrollarse pensando en el bien común o en el bien de unos pocos; pueden crecer y cambiar para mejorar las vidas de sus habitantes o servir sólo para la especulación. Ellos tienen muy claro las ciudades que quieren y nos las tratan de imponer cada día. Reconquistar las ciudades que habitamos y convertirlas en nuestros espacios vitales tiene que ser posible y tenemos que hacerlo ya.


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