Salvador Pániker (Barcelona, 1927) es filósofo y muchas otras cosas. Tendió un puente hacia Oriente con la editorial Kairós y fue presidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente. De salud frágil, sigue luchando por la legalización de la eutanasia. No es ateo: él prefiere definirse como agnóstico místico. Sus respuestas llegan desde el otro lado del hilo telefónico, como izadas de un pozo de sabiduría.

¿Deberíamos hablar de muerte digna o de vida digna hasta que llega la muerte?

Lo que importa es la vida, la muerte me trae sin cuidado. Y se lo dice un hombre que tiene ya bastantes años.

A punto de cumplir los noventa.

Todavía no: ochenta y ocho.

¿Los enfermos temen más al dolor o a la muerte?

Al dolor. Dentro de cincuenta años, todo el mundo morirá repentina o voluntariamente. Y la gente se llevará las manos a la cabeza al pensar cómo fallecía antes. A los 92 años, la madre del ex primer ministro francés Lionel Jospin, sin tener ningún problema de salud, dijo: "Me siento fatigada de vivir". Pidió la eutanasia, se la practicaron y se fue. Me parece una manera admirable de morir. Si todos tuviésemos la posibilidad de desaparecer de escena cuando comienza el horror, las peticiones de eutanasia bajarían, porque estaríamos más tranquilos y no tendríamos prisa en pedirla. Ahora, muchos la solicitan por anticipado ante una futura situación agónica en contra de su voluntad. Es una paradoja de los que defendemos el derecho a la eutanasia activa.

¿La muerte en España todavía es un tabú?
Sí, pero más que un tabú es algo censurado. Es de mal gusto hablar de la muerte. Occidente tiene una actitud histérica frente a ella. En cambio, Oriente la tiene más desmitificada. Y yo, que soy un hombre de desmitificaciones, me apunto más a la sabiduría oriental.

Incluso aquí, en el siglo pasado, era más próxima y humana y menos aséptica y fría.
Sin duda. Yo profeso una filosofía que llamo retroprogresiva. Consiste en aceptar todo lo que el progreso científico nos trae y, al mismo tiempo, recuperar una cierta sabiduría arcaica que hemos perdido. Por ejemplo, en las sociedades campesinas se moría con más tranquilidad que en las urbanas. La voluntariedad de la muerte es de tal calibre que, en mi caso, ya no genera ni angustia, en contra de lo que pensaba Heidegger. Mientras que a Alan Watts le generaba una gran carcajada. Hay que vivir aquí y ahora, y aquí y ahora nunca hay muerte.

Usted ha dicho que la muerte sigue siendo un tabú porque los moribundos no votan.

Sociológicamente, es así. Las encuestas reflejan que más de un 70% de los españoles aceptan la eutanasia activa voluntaria, frente al 80% de los holandeses. En Europa, tarde o pronto caerá esa fruta. Los que no están maduros son los políticos, porque tienen sus razones electorales.

¿Son los enfermos terminales los parias del sistema sanitario?

Por supuesto. Es un problema de eficiencia del sistema sanitario, de dinero y de un estado del bienestar deficiente.

¿Saben los pacientes que son enfermos terminales?
Al paciente hay que decirle siempre la verdad, porque la eutanasia pertenece a la primera generación de los derechos humanos. Pero tampoco soy partidario de decirle que le queda una semana de vida. Ahora bien, entre eso y mentir hay una diferencia. Generalmente, el enfermo terminal no está muy seguro de su condición. Una amiga mía que murió de un cáncer le decía siempre a su familia: “Mentidme todo lo que podáis”. La postura no está mal, porque rebaja la ansiedad, aunque si hubiese eutanasia eso no sería necesario: si estás mal, te vas...

¿Por qué no todos tienen acceso a los cuidados paliativos?
Han influido los recortes, porque ya he dicho que es una cuestión de dinero y de un sistema sanitario deficiente. Me alegro de que Francia haya aprobado la sedación profunda. Ha sido un adelanto.

¿Cree que esa ley abre la puerta a la legalización de la eutanasia?

A la eutanasia pasiva, sí, pero no a la activa. Habrá mucha gente que se opondrá por razones malentendidas de un conservadurismo que no conduce a ninguna parte. Pero es un primer paso.

¿Está reñida la eutanasia con la religión?

La vida no es un valor absoluto. Cuando surgen los valores absolutos, llámense dios, patria o partido, comienzan los crímenes. Que cada cual escoja la religión que le apetezca y se autorrealice, porque la eutanasia no está reñida con ella. Yo soy agnóstico, mas respeto a los que tienen esa sensibilidad.

¿Por qué algunas sociedades (o, si lo prefiere, algunas religiones) valoran tanto el sufrimiento?

La religión judeocristiana considera a todo el mundo culpable, mientras que el hinduismo, el budismo y el taoísmo no creen que la vida sea un valor absoluto ni sacralizan el sufrimiento. Al contrario, son casi más terapias que religiones. Es increíble cómo ha injertado la culpabilidad en el imaginario y en la realidad de la conciencia de Occidente, donde el sufrimiento es la satisfacción de una deuda ontológica, de una deuda por el hecho de haber nacido. Deseo que las sociedades del futuro desmitifiquen el valor del sufrimiento, que, a mi juicio, no sirve para nada.
¿Cree que la mayor esperanza de vida condena a la población al sufrimiento?

Sí. Por eso en la vejez hay que recuperar la sabiduría antigua que se ha perdido, desdramatizar la muerte y volver a las virtudes de algunas sociedades arcaicas y campesinas. Carece de sentido vivir cien años con mala calidad de vida.

¿Le resulta más fácil poner fin a la vida a un ateo que a un creyente?

Claro. Siempre he simpatizado con los suicidas. No con los puramente depresivos sino con los suicidas lúcidos, que sencillamente desdramatizan la muerte y se plantean: "Me voy, tengo derecho a dimitir". Yo tampoco soy ateo, porque eso es un poco petulante, porque qué sabemos...

Con los jueces de cara y los médicos divididos, pero cada vez más receptivos con la eutanasia, con la Iglesia han topado. ¿Cree que el papa Francisco podría aceptarla algún día?

Pues no lo sé… Yo al papa Francisco sólo le encuentro un defecto: es católico. Hay una teología que plantea que dios sufre cuando sufre el hombre. Si te empeñas en la agonía prolongada, estás haciendo sufrir a la divinidad. En la asociación Derecho a morir dignamente hemos tenido algunos curas capuchinos y franciscanos muy entusiastas con la eutanasia. Incluso muchos socios son cristianos.

¿Cree que algún día le temerá a la muerte?
No lo sé. Espero mantener una actitud serena e incluso humorística frente a ese desbarajuste final. Quien teme mucho a la muerte es porque también teme a la vida. El miedo es lo peor, porque te hace ser esclavo. Yo vivo la vida musicalmente.

¿Qué banda sonora eligiría para sus últimas horas?
Música hindú.

¿Ha fijado la fecha de defunción de sus escritos?

Dentro de unos meses saldrá un nuevo tomo de mis diarios. Seguiré escribiendo hasta que mantenga una mínima lucidez y el cerebro en buen estado. Y cuando no sea así, ya tengo resuelto cómo salir de escena.

¿Sus diarios son paliativos?

Mis diarios son autoterapéuticos.

¿Y ha logrado desprenderse de su ego, un acto necesario, según usted, para evitar la angustia del morir?

Como decía Jung, hay que dedicar la primera parte de la vida a conseguir un ego fuerte, porque si no te come el vecino. Y la segunda parte, a deshacerte de él, porque si no el miedo a la muerte se hace insoluble y te impide ser sabio. La lucidez consiste en irse deshaciendo de ese ego.

Y ya lo ha conseguido…

No, yo tengo mucho ego todavía, pero bueno… [risas]