mayo 06, 2017

De ignorancias. Autor: Fernando Broncano R

COPIADO de la pág. de fb de Fernando Broncano R  el 7/3/2017

La reciente “performance” de Mercedes Milá ante el bioquímico José Miguel Mulet en el programa “Chester in Love” de Risto Mejide Roldán me ha traído el recuerdo de algo que escribí hace tiempo, y que dediqué a mi hija Elena Battaner Moro, con motivo de haber culminado su tesina. Lo traigo a colación en solidaridad con mi colega Mulet y porque en el mismo trataba de algo que siempre me ha causado un cierto cabreo: la ignorancia exhibicionista, también conocida como ignorancia autopregonada. Ahí va:


De ignorancias
El diccionario define ignorancia como calidad de ignorante. La sutil circularidad de la definición oculta, entre otras muchas cosas, las múltiples facetas de dicho concepto. Así, el oráculo de Delfos declaraba que Sócrates era el hombre más sabio de toda Grecia, porque poseía un inventario claro de su sabiduría: “Sólo sé que no sé nada”. Llamaremos a esta ignorancia, por lo tanto, socrática. Toda nuestra mucha o poca ciencia, toda nuestra más bien escasa sabiduría, tiene su fundamento en la ignorancia socrática. La constatación modesta de nuestra poquedad, de la inmensidad de lo ignorado, de lo que nos queda por aprender, ha sido el motor que ha puesto a la Ciencia, y de paso a la Humanidad, allá donde está. Bendita sea, pues, la ignorancia socrática.
Cuentan que estando Jan Hus en la hoguera, observó desde su lamentable situación cómo una viejecita atizaba entusiásticamente el fuego. El reformador checo, en medio de su terrible agonía, acertó a pronunciar: “O Sancta Simplicitas”. Es éste un ejemplo de la llamada ignorancia santa, que es la de aquellos a quienes el poder mantiene así para perpetuarse. La ignorancia santa tiene un inconveniente. De vez en cuando alguien, iluminado y carismático, abre los ojos a quienes están en tal estado. El resultado de esta súbita desaparición de la ignorancia santa suele ser una Revolución, así, con mayúscula.
Un tercer tipo es la ignorancia vergonzante, muy frecuente en medios académicos y universitarios. El vergonzante, aun consciente de su ignorancia, tiende a ocultarla a toda costa. La letra impresa suele ser el bálsamo de estos ignorantes; y por tanto se dedican a llenar páginas y más páginas de nimiedades e intranscendencias. Nada oculta la propia ignorancia mejor que un soporífero artículo que nadie lee, o un plúmbeo libro publicado institucionalmente que nadie compra. Por mi parte, nada que objetar a la ignorancia vergonzante; una vez detectada, suele ser inofensiva.
Pero hay un cuarto tipo de ignorancia del que hay que huir como de la peste: la ignorancia exhibicionista, también llamada ignorancia autopregonada. Es la de aquél que no sólo es ignorante, sino que alardea de serlo. El ignorante autopregonado necesita un público, y lo suele tener. Ya se preocupan los que mandan de que siempre haya en nómina una nutrida pléyade de estos ejemplares; también se preocupan de que siempre tengan un público. Son sus enemigos la Ciencia y la Belleza, que ellos llaman pedantería y afectación. Su misión en esta vida es la de mantener en ignorancia santa a los demás, y recogen con fruición las doce monedas o el mendrugo de pan que el poder les arroja a la cara en pago de su vil oficio. "Ahí me tenéis; - dice el ignorante autopregonado a su público - ni sé ni quiero saber nada; y sin embargo, soy toda una personalidad, pues altos son mis patronos. ¿Para qué queréis salir, pues, de vuestra ignorancia?". El demagogo y el provocador son otras tantas manifestaciones del ignorante autopregonado. Mirad bien a vuestro alrededor, que el mundo está lleno de esta deleznable especie. De ellos, y de sus señores terrenales, “Libera nos Domine”.

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